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China disimulaba su dictadura, Xi Jinping acabó con eso

A los ojos del mundo, un dictador que controla por completo la segunda economía del mundo alienta a los regímenes autoritarios actuales y nacientes, a mantener la represión oficial para retener el poder.


Ceremonia de clausura del congreso del Partido Comunista chino (Reuters via Giphy.com)

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Coronado como máximo líder de China para un tercer período, Xi Jinping ostenta desde ahora un poder más que absoluto tras asegurarse toda la autoridad sobre el Partido Comunista chino (PCCh), el Estado y las fuerzas armadas hasta la próxima década, o si lo logra, indefinidamente.

Xi reformó la Constitución en 2018 y abolió el límite de dos mandatos para ejercer la presidencia del país, reforzando aún más su control sobre la nación más poblada del mundo. Si bien no hay límites de mandato dentro del PCCh, hasta ahora ningún líder además del fundador de la República Popular, Mao Zedong, ha cumplido con un tercer ciclo en el poder.

El Congreso del Partido Comunista reeligió a Xi en una ceremonia estelar el 23 de octubre que ratificó, por fuerza o convicción, un modelo de transición que comenzó en 2012 en torno a una única figura estelar, él.

A los ojos del mundo, un dictador que controla por completo la segunda economía del mundo alienta a los regímenes autoritarios actuales y nacientes, a mantener la represión oficial para retener el poder.

En un momento en el cual líderes políticos de Estados Unidos, sobre todo en las filas del Partido Republicano, discuten un repliegue de su país como policía de la democracia global, el ascenso autoritario de Xi puede convertirse en una amenaza para la propia esencia de los valores estadounidenses de progreso a expensas de libertad.

“La gran cantidad de élites con las que Xi se cruzó durante su primera década en el cargo habría forzado su partida bajo cualquier lógica ordinaria, sin embargo, su control del poder hizo que esto no ocurriera”, recordó en un ensayo Deng Yuwen, escritor y erudito chino.

“En lugar de seguir jugando con el poder político del Partido Comunista – escribió Deng –, Xi no tuvo más remedio que luchar contra la corrupción, aplastar la alianza de élites y transformar la herencia, la cultura y la estructura corrupta del partido, aunque hacerlo lo enfrentaría a toda clase de élites”.

A lo largo de estos años Xi abandonó la pasividad y la actitud defensiva de sus predecesores y comenzó a utilizar el conjunto de herramientas del dictador. ¿Cómo lo hizo? Asumiendo riesgos que terminaron por demostrar hasta dónde el Estado, es decir, Xi, puede ser capaz de llegar para afianzar su visión.

Li Yuan es una veterana reportera del New York Times con casi treinta años de experiencia. Nació y creció en China, y para ella “hoy, Xi gobierna más como un monarca severo y autoritario”.

“Desde que asumió el cargo, Xi tomó el control de la bulliciosa escena de las redes sociales de China, silenció a los periodistas de investigación y envió a la cárcel a sus críticos”, explicó Li en el Times.

“Usó una campaña anticorrupción para purgar a cientos de altos funcionarios del partido. Tomó medidas enérgicas contra el sector privado, enviando a muchos de los principales empresarios de China a la jubilación anticipada o al exilio autoimpuesto. Envió a cerca de un millón de miembros de grupos musulmanes y otras minorías a campos de reeducación debido a sus creencias religiosas y emprendió una brutal represión contra los manifestantes prodemocráticos de Hong Kong”.  

China solía disimular la forma en que ejercía su dictadura, el modo en que escogía sus líderes para dar una cierta sensación de transparencia. Xi Jinping acabó con eso.

Primer dirigente nacido después de la fundación de la República Popular por Mao Zedong en 1949, Xi es hijo de un héroe de la revolución y por ello considerado un “príncipe rojo”, una élite que selló el sexto relevo generacional de esa nación.

Si bien China fortalece su economía abriéndose a capitales extranjeros, las reformas políticas liberales quedaron engavetadas, y más allá de que Xi prometiera en el pasado una revisión al modelo, predominó y se afianzó un sistema de control absoluto que utilizó todos los recursos para mantener el poder centralizado.

El tabú en China frente a temas como los derechos civiles se convirtió con los años en enemigo de quienes desean que el control ideológico y político se mantenga por temor a que la democracia se consolide.

La democracia, en pleno sentido, representaría la extinción del Partido Comunista chino tal como se ha visto hasta ahora. Su élite también desaparecería.

En ese nuevo afianzamiento de la censura, la represión rompió por completo las esperanzas de que Xi y su equipo tomaran distancia de las visiones maoístas que tanto frenan las reformas políticas.

Uno de los problemas que detectan los analistas es que en China no se habla de llevar la democracia occidental, sino de una reforma al sistema político que impulse una mayor supervisión del Gobierno por parte del ciudadano, pero el Partido (dígase el Estado), tiene como prioridad mantenerse en el poder a como dé lugar.

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