Invisibles pero esenciales para la industria internacional del reciclaje, los cartoneros del condado de Miami-Dade se ganan la vida rompiendo a mano cada pieza de cartón sin garantías de un ingreso justo ni protecciones laborales.
Este reportaje es parte del proyecto Altavoz Lab de palabra creado para apoyar a periodistas comunitarios en investigaciones sobre rendición de cuentas al servicio de comunidades inmigrantes, latinas, u otras poblaciones que no son representadas lo suficiente en los medios de comunicación. Este reportaje es co-publicado con Itempnews Project y Diario Las Américas.
Editado por Ruxandra Guidi
Edición de fotografía Ginle Cubillas
Todos los días, a las 8:00 a.m., el destartalado Chevrolet pickup de Micaela Colmenares aparece sobre la avenida 30 del sureste de Miami para adentrarse por laberintos de calles. Se detendrá al frente de decenas de contenedores atiborrados de cartón a las afueras de restaurantes, mercados, tiendas de comestibles y pequeños negocios de la ciudad.
Así empieza otro día de trabajo para esta mexicana de 68 años, y una multitud de hombres y mujeres que durante la semana conducirán decenas de millas por el condado de Miami-Dade y más allá de sus fronteras intangibles, con la esperanza de conseguir el mayor volumen de cartón viejo.
El precio que les ofrezcan por aquellos cartones dependerá de los dictados del mercado global o, en última instancia, de quién compre la mercancía. En un buen día, Micaela puede ganar hasta $100. Sin embargo, en Florida — como en casi todas las ciudades y estados del país — ellos serán los menos favorecidos en la cadena del reciclaje.
Sin disimulo, los cartoneros, en su mayoría inmigrantes latinos, han sido un motor silencioso del sistema de reciclaje de Miami-Dade por años. Sin ellos, se le haría complejo o quizá imposible al condado responder al enorme volumen de cartón viejo y sobras de papel que desechan los miles de comercios.
Las procesadoras les pagan en efectivo, pero la verdadera ganancia de la jornada dependerá de algo tan particular como la calidad de la fibra, su grosor, qué tan húmedo está el cartón, o el tamaño. Entre más grueso sea el cartón, más codiciado es.
Durante meses, el Proyecto Itempnews encuestó y entrevistó a más de tres decenas de cartoneros, algunos con más de una década recolectando basura de cartón en los dos condados más grandes y poblados del sur de Florida: Miami-Dade y Broward. A pesar de dedicarse a este oficio por años, esta labor clandestina se encuentra al margen del sistema público de limpieza y reciclaje de las ciudades.
Todo depende del peso
Marcelino Pereira, de 65 años, madruga a las 4:30 a.m. Al final de la tarde, verá la carga para calcular si la jornada valió la pena. Con al menos una tonelada ganará unos $100.
“Es un trabajo duro, muy duro, mal pagado, pero alguien debe hacerlo”, dice Marcelino, que emigró de Cuba en 2012, mientras despedaza unas cajas rectangulares que guardaban flores. Una vez por semana, recoge cartón de una floristería a las afueras del condado.
Entre agosto de 2021 y 2022, el valor promedio de la tonelada de cartón corrugado marcó en la costa este los $150, según los reportes de la plataforma de datos de la industria del reciclaje, Recycling Markets. Esto fue mucho más que los $30 que se pagaban en marzo de 2020 cuando la economía estadounidense debió cerrar por los efectos de la pandemia de Covid-19. Ese año, la tonelada promedió los $60.
“¿La pandemia? ¡Eso fue horrible, horrible, horrible!”, remacha Oswaldo tres veces, al recordar esos primeros meses del coronavirus cuando debido a la falta de empleo tuvo que comer enlatados que sus paisanos hondureños le regalaban, y bolsas de alimentos que una Iglesia cristiana de North Miami le dispensó por varias semanas. Oswaldo es también cartonero, y como otros entrevistados, declinó dar su apellido. El cartón que lograba conseguir para vender, “no llegaba ni a $10 la paga, porque simplemente no había cajas para recoger. Todo estaba cerrado. Eso fue feo”, confesó.
Cada lunes, una hilera de viejas camionetas convertidas en bodegas rodantes como las de Oswaldo, Marcelino y Micaela aguardan paciente su turno para entrar a Gorgy Recycling Company, uno de los diez centros de reciclaje privados del condado Miami-Dade que compran cartón. En junio pasado el precio en la ventanilla de pago se mantenía allí a “$120 en efectivo la tonelada”.
“Las materias primas suben y bajan, por eso vemos precios distintos todo el tiempo”, dijo Víctor Storelli, un experto en la industria de desechos sólidos en Florida cuya familia ha estado en el negocio desde 1912.
Las procesadoras imponen sus tarifas de compra. Mientras unas pueden pagar $100 por tonelada, otras no pasan de $70. En el precio también influye la región del país donde se esté. La tonelada se paga a un precio mayor en la costa este que en la costa oeste. En estos lugares se compacta el cartón suelto para producir fardos y los centros de reciclaje están pagando un 30% más por el cartón en fardos en comparación con los sueltos. Es allí donde radica el negocio.
“Esto se debe a que el cartón embalado ocupa menos espacio y está listo para ser procesado por la máquina de reciclaje”, comentó Simone Nulli Rinalducci, ingeniero aeroespacial británico quien creó el sitio web Sustainability Success para ayudar a empresas a aprender más sobre la sostenibilidad.
El sistema es sencillo. El cartón se coloca en una cámara que contiene una prensa hidráulica que aplasta el material. Cuando está compactado, se ata manualmente. El resultado es una paca de tamaño y peso uniforme que economiza espacio y está lista para ser recolectada para su reciclaje.
Pero el modo en que operan los cartoneros, y lo que implica para ellos acumular cientos de libras de cajas viejas al día, sudando bajo el implacable calor de Florida, mientras tensan sus manos y brazos para romper cada cartón hasta llenar la carga, ha sido por años un trabajo ignorado y hasta marginado por los residentes de Miami-Dade.
Un solo día de trabajo para ellos, quienes no reciben prestación social, bonificación o pago de horas extras, puede equivaler con suerte a una jornada de ocho horas de salario estatal de Florida, es decir, unos $90. Si al final de la tarde no regresan a casa con algo más que eso, quizá haya que ir por más cajas, o por un trabajo extra.
La Oficina de Estadísticas Laborales de EE. UU. (BLS, por sus siglas en inglés) no tiene datos específicos sobre sueldos para conductores que recolectan cartón. No obstante, su oficio está incluido en la ocupación “recolectores de basura y material reciclable”.
El salario medio anual estimado de 57 mil recolectores de basura que hay en el grupo de la industria de servicios de gestión de residuos fue de $39,590 en 2019, $10,000 más que en 2009. Esto dependerá de si son trabajadores formales y del estado donde residan. Lo cierto es que, al menos en Miami, los cartoneros no rozan ese nivel de ingresos.
“Si logro la tonelada, puedo ganar unos cien dólares. Dependerá del precio en el mercado ese día. Hay veces que la tonelada está a $60, a $30. Cuando es así, guardo el camión hasta que suban el precio. No voy a regalar mi trabajo a las compactadoras”, suelta Marcelino.
Todo depende del peso. Cuando los cartoneros entran a las procesadoras con sus camiones o remolques, pasan por una báscula certificada que toma el peso del vehículo. Luego de descargar, regresarán a la balanza, con lo cual sabrán la cantidad de cartón que depositaron.
“Cuando cargas tu baúl no sabes si realmente tienes 1.000 o 4.000 libras”, comenta Storelli. “Entonces, te diriges a la báscula y son 6.000 libras, pero solo te pagarán por unas 4.000 porque las procesadoras no saben si el cartón está mojado –lo cual aumenta su peso—o tiene otros componentes que buscan engañar a la báscula”. Los gerentes de las dos mayores recicladoras de Miami-Dade, incluyendo Miami Waste Paper, se negaron a responder preguntas.
Leyes que se ignoran
En la fila para entrar a la recicladora Gorgy un martes de julio pasado, dos mujeres de complexión robusta estaban esperando su turno dentro de un enorme camión de carga, sin levantar la mirada de sus celulares. Ambas son hermanas nacidas en Nicaragua, y llevan unos diez años conduciendo por el condado para conseguir cartón viejo.
“Lo más duro es el sol, el calor que te quema. Por eso yo me cubro todita con camisas largas y tomo mucha agua, mucha. Ese es el secreto”, dijo una de ellas agitando un recipiente que llevaba sobre el asiento.
“Hoy el camión está bastante lleno, desde el viernes no descargamos”, añadió su hermana.
De acuerdo con el Departamento de Protección Ambiental de Florida, en 2020 los residentes y turistas generaron residuos sólidos municipales (MSW, por sus siglas en inglés) equivalentes a más de dos toneladas por habitante al año. Esto está por encima de la media nacional de casi una tonelada por persona anual. Asimismo, los esfuerzos de reciclaje de Florida no son fácilmente comparables con los de otros estados, ya que no existe una metodología universal para medir el progreso hacia los objetivos de reciclaje, según la agencia estatal.
Lo otro que complica el negocio es que las leyes que lo rigen no son verdaderamente aplicadas.
El Código de Ordenanzas del condado Miami-Dade de 1992 establece que los dueños de negocios dentro de esta jurisdicción son los que deberían manejar un programa de reciclaje, utilizando los servicios de un transportista autorizado o de reciclaje privado. Las viviendas y complejos residenciales tienen otras normas, por lo cual los cartoneros se abstienen de ir a estas zonas porque saben que pueden ser multados por varios cientos de dólares.
Inclusive, las empresas y comercios pueden recolectar por sí solas sus materiales reciclables y llevarlos a un complejo reciclador para su venta y procesamiento. Las que no cumplen se arriesgan a multas que rondan los $300 y $950 en función de los pies cuadrados del establecimiento. Las penalidades pueden ser aplicadas diariamente hasta que se acate la norma. Sin embargo, pocas lo hacen porque apelan a los cartoneros—y de paso, les sale completamente gratis.
“Prefiero regalar el cartón a quien lo necesita. Estoy dando trabajo con la basura que produzco, es más beneficioso. Todos ganamos”, admitió Bryan Chacón, gerente de un restaurante de comida latina al norte de Miami donde los dueños del negocio dejaron de pagar $400 al mes por un contenedor para depositar cartones.
De cierta forma, los comercios y empresas de este enorme y rico condado, sin importar su tamaño y lo que vendan, se han beneficiado durante mucho tiempo de la falta de control.
Deshacerse del enorme excedente de cartón y papel viejo que generan sus actividades comerciales les costaría a los empresarios cientos o miles de dólares al año en programas certificados de reciclaje, por lo cual es más rentable “regalar” su cartón basura economizando lo que implica una operación de recolección rutinaria.
Los funcionarios del Departamento de Manejo de Residuos Sólidos del condado llevan años bregando para que los recolectores informales de cartón se ciñan a las disposiciones del código de reciclaje. Han fracasado.
“Esto no es un problema de hoy, lleva andando un buen tiempo”, admitió Luis Vargas, jefe de la División de Cumplimiento de Códigos del Departamento de Manejo de Residuos Sólidos de Miami-Dade.
El Código tiene capítulos que van desde reglas para el uso de la tierra, funciones de la legislatura, procedimientos para la construcción, hasta el manejo de residuos sólidos y la basura.
“Como está ahora escrito el Código del condado, hay dos cosas clave. Primero, los establecimientos comerciales como McDonald ‘s, Dollar Tree y de cualquier tipo, deben tener un programa de reciclaje. Estamos hablando de unas 70 mil empresas que deben cumplir, un trabajo (de supervisión) sumamente difícil con el poco personal que tenemos”, confesó Vargas.
“La otra parte tiene que ver con las personas que están recogiendo ese cartón. El código también exige que cualquiera que recolecta, no solo material de reciclaje sino desperdicios en general, necesita un permiso de nuestra oficina para poder trabajar legalmente”.
Según Vargas, “si los cartoneros están tomando el cartón de los contenedores de comercios en la calle, sin permiso de nosotros, eso es ilegal y pueden ser multados”.
Para obtener los permisos, los cartoneros deben de pagar una tarifa anual, además de contar con una póliza de responsabilidad civil y seguro de vehículos contra daños con montos que oscilan entre $300,000 y $1 millón. Para muchos de ellos, todos estos requisitos son simplemente imposibles de conseguir por el costo y por ser indocumentados.
Las autoridades encargadas del manejo de residuos sólidos propusieron este año una enmienda al código de la ciudad para reducir las tarifas para la obtención de permisos de recolección, y en lo relacionado con las pólizas de seguro de responsabilidad civil, se tomará en cuenta la póliza regular que el vehículo posea, dijo Vargas.
El seguro de responsabilidad civil cubre básicamente daños corporales, daños a la propiedad, e incluso daños a la reputación que pudieran ser causados por los comerciantes, en este caso, los recolectores de cartón.
“Técnicamente es imposible vigilar a los cartoneros. La ciudad necesitaría cientos de policías en cada contenedor”, señala Storelli, el experto industrial.
La realidad es que muchos cartoneros ni siquiera poseen licencias para conducir porque la ley estatal prohíbe que los residentes indocumentados la obtengan. La misma regla aplica para los seguros de vehículos. En el peor de los casos, ellos desconocen este requisito.
Entre las más de tres decenas de cartoneros entrevistados, la mayoría eran inmigrantes hispanos. Según la Oficina del Censo, casi el 70% de los 2.7 millones de residentes de Miami-Dade son latinos nacidos fuera de EE. UU.: mexicanos, colombianos, cubanos, nicaragüenses, peruanos, aunque también hay haitianos, trinitarios y estadounidenses. Sin embargo, el mayor recelo al hablar sobre su oficio no parece ser su estatus migratorio o cómo llegaron al país, sino la idea de que tuvieran que compartir sus rutas de recolección o cuánto lograban conseguir al día. Porque si ellos encuentran cajas, ganan; si no, nada. Así de sencilla es la ecuación.
Una veintena de entrevistados admitió que lograba conseguir la tonelada de cartón al día, pero que, si no podía hacerse, de todas maneras, vendían lo que tuvieran.
La vida de los cartoneros transcurre en medio de un excedente desproporcionado de miles de toneladas de cartón corrugado que se producen, utilizan o desechan en los más de 58 mil comercios del condado de Miami-Dade. Por eso se ha convertido en oficio formal para unos, y entrada extra de dinero para otros que lo hacen en su tiempo libre.
El sector comercial de Florida genera 56% de los desechos sólidos del estado, casi el doble de la cantidad que el sector residencial. De ese total alcanza a reciclar el 50%, según un informe estatal. Los datos de 2020 sugieren que, si el sector residencial reciclara el 100 % de los desechos sólidos generados, la meta de Florida de reciclar un 75% no podría lograrse sin aumentar el reciclaje del sector comercial. Es allí donde los cartoneros juegan un papel clave.
Mucho sol, muchas cajas
El rostro de Micaela está embestido por el irrefutable peso de los años bajo el sol. Cada línea uniforme que surca su frente se remonta a un largo viaje sobre muchos oficios de los que ha podido vivir a sus 60 años.
Micaela está convencida de que recoger cartones por Miami le concedió el dominio y libertad que siempre anheló tener con su tiempo. Todas las mañanas viaja junto a dos compañeros con los que recoge más rápido y mayor volumen de cartón. Con ellos comparte algo de la paga del día, que incluye religiosamente cervezas frías y sodas a las diez de la mañana para paliar el calor. “Lo que les dé, aceptan”.
“Micaela es la patrona”, suelta con una sonrisa de aprobación Fernando Uioa, un nicaragüense de 43 años, mientras cruza una cuerda para templar la montaña de cajas que consiguió en el contenedor de un McDonald’s.
Su equipo comienza a recoger cartones a las 8 a.m. “A las 3:30 p.m. se acaba todo. Lo que se pudo ese día, se pudo. No me mortifico”, explica ella con su habitual parsimonia y voz bajita, secando el sudor que baña su frente un mediodía de junio.
Para ella, “como quiera que lo vea la gente, recoger cartones me hace feliz, ese es mi trabajo. Al final, cuando uno está viejo esto es lo que se busca, tranquilidad”.
En su primer viaje vendiendo cajas, en el verano de 2012, Micaela hizo solo $20.
“¡Esto es nada!”, se lamentó ese día. “Pero luego alguien me explicó cómo era el truco. Hubo oportunidades en las que hice varios viajes al día, hasta que, finalmente, le fui cogiendo la onda”.
Y agregó, “Yo he hecho más dinero aquí que cuando tenía mi negocio en la cafetería”.
“¿Cuánto es ‘más dinero’?” Itempnews Project le pregunta.
“Pues más dinero,” replica Micaela, “más dinero.”
Desde 2010 hasta ahora, la industria del cartón ha vivido una poderosa expansión motivado al auge de las compras en línea, el uso de cartón reciclado para procesamiento, así como el inusitado espíritu de consumo de China, que llegó a dominar el negocio de chatarra de cartón. Pero eso se acabó el 1 de enero de 2020.
Luis Vargas, el funcionario del condado de Miami-Dade, cuenta que en 2011 la tonelada de cartón se pagaba a casi $500, lo que ocasionó que recolectores sin permisos llegaran a los basureros de grandes supermercados de las ciudades y robaban el cartón.
La base de datos de precios históricos del cartón corrugado de Recycling Markets Limited no registró un precio del cartón a $500 en 2011, como dijo Vargas.
“Recuerdo que había algunos recogedores que tenían un camión con pinzas grandes y montaban el cartón para llevarlo con mayor facilidad. En ese entonces, nosotros trabajamos con la policía para acabar con esta situación”, anota Vargas.
Itempnews revisó más de 150 páginas de informes sobre la industria del cartón de la Oficina de Estadísticas Laborales, la Oficina del Censo, y reportes entre 2015 y 2020 de la Administración de Salud y Seguridad Ocupacional (OSHA, por sus siglas en inglés) del Departamento de Trabajo, relacionadas con la recolección de desechos en el país donde la categoría “recolector de cartón” no está contemplado de manera específica.
De acuerdo con OSHA, la manipulación manual sigue provocando un número significativo de lesiones en los trabajadores de las industrias del papel y el cartón al desarrollar trastornos musculoesqueléticos consecuencia de las posturas corporales incómodas o repetitivas sin descanso.
De hecho, muchas veces Marcelino, el cartonero cubano, se queja de dolores en las muñecas y la espalda que atribuye al hecho de romper cajas y a estar de pie, algo que es necesario a medida que va dando forma a la montaña de cartón en su camión.
“Ese dolorcito es fastidioso, sobre todo en la noche”, se queja.
No importa el tamaño, importa vender
Los cartoneros son autónomos. No hay jefes, horarios, antigüedad — las cosas pueden ser como ellos quieran, aunque se les exige cumplir a cabalidad una sola regla no escrita: respetar la ruta de recolección de cada compañero.
Donde uno llega por cartón, otro no lo hará. De esta manera, una especie de armonía colectiva y camaradería, se impone en ese trabajo de “cazatesoros” de desechos.
A simple vista puede ser fácil recoger basura de cartón, pero nadie quiere recoger cartón, mucho menos basura.
Se necesita un camión o remolque adaptable, agua, y mucha voluntad, aunque George, que luce cansado a sus 76 años, acopia cartones a diario con un carrito de supermercado. Él llegó a Florida desde Atlanta hace unos 50 años. Cada mañana busca cartones desechados en distintos comercios al noreste de Miami, donde la ciudad se transmuta y pierde sus encantos de paraíso veraniego. Aquí solo hay enormes depósitos, fábricas y las calles están dañadas con baches lunares.
Expresó que gana unos $6 por cada viaje hasta completar una media docena al día.
Una mañana de junio, luego de una fugaz lluvia de las que estallan en la ciudad por minutos, George condujo su carrito de supermercado hasta la recicladora Miami Waste Paper, una de las más antiguas de la ciudad. El lugar tiene mala fama entre los cartoneros porque suele comprar a un precio inferior al valor del día, contaron varios de ellos.
Para George era su primera descarga de la jornada, y se le vio triunfante luego de salir de allí, por lo cual se prepararía para la próxima ronda, visitando los comercios de la zona que ya lo conocen.
Hasta hace cien años los productos se envolvían en papel marrón y pesadas cajas de madera. Las medicinas se almacenaban en vidrio para evitar la humedad, y los regalos se cubrían en finas sedas, telas de saldo o papel.
La invención del cartón cambió drásticamente la vida de las personas, dio al mundo un sentido de practicidad, una industria que en 2021 representó $69 mil millones en la economía estadounidense y alcanzó una tasa de reciclaje de 91,4% ese año, según la American Forest and Paper Association (AF&PA).
Hasta hoy el precio mundial del cartón es establecido por China, el mayor productor y exportador mundial de este material. A mediados de 2017 las autoridades del país asiático establecieron estrictos controles medioambientales para evitar que cualquier cartón sucio que saliera de EE. UU. llegara a su territorio. Luego, en enero de 2018, vino el embargo parcial, y Pekín cerró las puertas a la chatarra de cartón estadounidense.
“Pero, ¿significa que el cartón no puede ir a Tailandia y cruzar la frontera a China? No significa que no pueda ir a la India y cruzar la frontera. No significa que no pueda ir a Indonesia y cruzar la frontera. Así que los chinos todavía están recibiendo nuestro material, simplemente no llega a sus puertos, va a otros puertos y luego lo rastrean”, admitió Storelli, el experto de la industria.
Lo único que sabían los cartoneros en ese entonces era que algo estaba pasando en China y por eso los precios cayeron en picada.
“Hubo un momento en el que la tonelada bajó a $30. Muchos de nosotros dejamos de recoger porque no era conveniente, entonces los negocios comenzaron a darnos dinero para que recogiéramos las cajas porque estaban abarrotados, desesperados”, recuerda Marcelino, quien en esos años comenzó a trabajar como chofer de una compañía de servicios de salud. Un tiempo después, retomó su viejo oficio.
A lo largo de toda la nación los cartoneros saben que el verano es una buena época para vender basura de cartón, y que diciembre corona el negocio.
Las fábricas de papel dentro y fuera del país necesitan comprar mucho cartón entre junio y agosto, para luego empezar a hacer rollos y cajas de cartón entre septiembre y octubre. El tiempo apremia. En noviembre, deben enviar lo producido a las fábricas para que empaqueten sus productos porque vienen las compras frenéticas de navidad.
Encorvado y andando sobre una andadera, Mario Amador aún recuerda los lugares donde la hiedra y la maleza reinaban al sur de Miami. Sus años de cartonero, en la década de los sesenta, lo llevaban por aquel entonces a recorrer los pocos sitios urbanizados que tenía la ciudad en busca de cajas viejas.
“Esto aquí era monte, no había nada de esto. Allá estaba una Iglesia y por la calle 30 había uno que otro negocio”, dice señalando a su alrededor mientras conversa con Micaela frente a un basurero de McDonald’s donde ella y sus amigos recogen cartón.
Amador llegó a Florida en 1965 desde Cuba, en pleno auge de la dictadura comunista de Fidel Castro y cuando el éxodo de cubanos hacia Miami se hizo constante, lo que convirtió con el tiempo a la ciudad en un bastión del exilio.
“Por 100 libras de cajas viejas pagaban 50 centavos. La gasolina más barata estaba a 32 centavos el galón, entonces había que sacar provecho a todo”, relató. Amador hacía tres viajes al día para vender cartón, y a la semana podía ganar hasta $70, según sus cálculos. Hoy en día eso equivaldría a unos $660 semanales.
“Esto siempre ha sido un trabajo duro, siempre, las manos te duelen, la espalda, y sudas como un cochino, pero ya no quiero saber más de cartones”, suelta con una carcajada mientras caminando sosegado con su andadera plateada, coronada su cabeza por una gorra bordada con el nombre “Cuba”.
Frank López Ballesteros ha sido reportero en la sección internacional del periódico El Universal en Caracas, Venezuela, donde cubrió temas de seguridad nacional, particularmente antiterrorismo, así como política interna de varios países. Ha sido reportero independiente haciendo periodismo de investigación en Diario Las Américas en Miami. En 2020 fundó Itempnews.org, una organización sin fines de lucro de periodismo de investigación, en inglés y español.
Ruxandra Guidi ha estado contando crónicas de no ficción por más de dos décadas. Sus reportajes para la radio pública, revistas y varios medios multimedia y multidisciplinarios la han llevado por todo Estados Unidos, el Caribe, América del Sur y Central, así como México y la región fronteriza entre Estados Unidos y México.